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Si Juliano se había lisonjeado de que su relación personal con la capital de Oriente produciría una satisfacción mutua para el príncipe y el pueblo, se equivocó mucho al estimar su propio carácter y las costumbres de Antioquía. El calor del clima predisponía a los nativos al disfrute más destemplado de la tranquilidad y la opulencia; y el vivo libertinaje de los griegos se mezclaba con la suavidad hereditaria de los sirios.