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Esa mujer es a la vez madre y virgen, no sólo en espíritu, sino también en cuerpo. En espíritu es madre, no de nuestra cabeza, que es nuestro Salvador mismo -de quien todos, incluso ella misma, son llamados con razón hijos del esposo-, sino que es claramente madre de nosotros, que somos sus miembros, porque por amor ha cooperado para que los fieles, que son los miembros de esa cabeza, nacieran en la Iglesia. En cuerpo, en efecto, es la Madre de esa misma cabeza.