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  • Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando leí que un niño de una de nuestras ciudades del este se fijó en un vagabundo dormido en la acera y fue a su habitación, cogió su propia almohada y la colocó bajo la cabeza de aquel desconocido. Tal vez vinieron del precioso pasado las palabras de bienvenida: En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis' (Mt. 25:40).