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Los hombres se habían adentrado en los matorrales y a lo largo de sus lindes, habían arrebatado lo que pudieron y se habían marchado, inquietos en aquella vasta paz indiferente; pues un hombre no era nada, arrastrándose como una hormiga entre los arbustos de mirto bajo los pinos. Ahora que se habían ido, era como si nunca hubieran estado. El silencio de los matorrales era primordial. El gorjeo del zorzal del bosque podría haber sido el primer pájaro del mundo, o el último.