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Cuando escribí "El dador", no contenía ninguna de las llamadas "malas palabras". Al fin y al cabo, estaba ambientado en una sociedad mítica, futurista y utópica. No sólo no había pobreza, divorcio, racismo, sexismo, contaminación ni violencia en el mundo de "El dador", sino que también se prestaba especial atención al lenguaje: a su fluidez, precisión y poder.