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No soy un orador ni un predicador. No tengo la misión de cambiar el mundo. No tengo palabras ni enseñanzas originales que dar a nadie. Reflejo sólo lo que he visto y oído, lo más ordinario, lo muy común. No siento fascinación por las ideas y actividades nuevas. El entusiasmo por los esfuerzos mundanos ha desaparecido. Para mí, los pensamientos, las palabras y los hechos, las actividades de la vida, no son más que utensilios para servir el "prasad" del Ser.