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Los acontecimientos se desarrollan de forma tan imprevisible, tan injusta, que la felicidad humana no parece estar incluida en el diseño de la creación. Sólo nosotros, con nuestra capacidad de amar, damos sentido al universo indiferente. Y, sin embargo, la mayoría de los seres humanos parecen tener la capacidad de seguir intentándolo e incluso de encontrar la alegría en las cosas sencillas, como su familia, su trabajo y en la esperanza de que las generaciones futuras puedan entender más.