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No me preocupaba lo que un hombre o una mujer creyeran personalmente, pero la religión oficial de la nación debía ser practicada externamente por todos sus ciudadanos. Una religión era una declaración política. Ser calvinista, papista, presbiteriano o anglicano indicaba la filosofía de una persona respecto a la educación, los impuestos, la ayuda a los pobres y otros asuntos seculares. La nación necesitaba una posición aceptada en estas cuestiones. De ahí las multas por no ajustarse externamente a la iglesia nacional.