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  • El día, brillante y helado, declinaba mientras caminaban y hablaban juntos. El sol se hundía en el río a sus espaldas, y la vieja ciudad se enrojecía ante ellos cuando su paseo llegaba a su fin. El agua, que gemía, arrojaba sus algas a sus pies cuando se volvieron para abandonar su orilla, y los grajos revoloteaban sobre ellos con roncos gritos y salpicaduras más oscuras en el aire que se oscurecía.

    Charles Dickens (1870). “The Mystery of Edwin Drood”, p.103