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  • El viento del atardecer causó tal alboroto entre unos viejos y altos olmos que había al fondo del jardín, que ni mi madre ni miss Betsey pudieron evitar mirar en aquella dirección. Los olmos se inclinaban unos hacia otros, como gigantes que susurraran secretos, y después de unos segundos de tal reposo, caían en un violento revuelo, agitando sus salvajes brazos, como si sus últimas confidencias fueran realmente demasiado perversas para su tranquilidad.

    Charles Dickens (1858). “The Personal History of David Copperfield ... With Frontispiece by H. K. Browne”, p.4