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  • ... Arthur Gride, cuyos ojos empañados sólo se regodeaban en las bellezas exteriores y estaban ciegos ante el espíritu que reinaba en su interior, manifestaba una calidez ciertamente fantástica, pero no exactamente la calidez de sentimientos que suele inspirar la contemplación de la virtud.

    Charles Dickens (1854). “The Life and Adventures of Nicholas Nickleby ... With a Frontispiece from a Painting by T. Webster”, p.374