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La manera de ser de la señora Lammle cambió bajo los abrazos de la pobre niña tonta, y se puso extremadamente pálida: dirigiendo una mirada atrayente, primero a la señora Boffin, y luego al señor Boffin. Ambos la comprendieron al instante, con una sutileza más delicada que la que hubieran podido aportar al caso personas mucho mejor educadas, cuya percepción procedía menos directamente del corazón.