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Alguna bestia médica había revivido el agua de alquitrán en aquellos días como una buena medicina, y la señora Joe siempre guardaba un suministro de ella en el armario, teniendo una creencia en sus virtudes correspondiente a su repugnancia. En los mejores momentos, me administraba tal cantidad de este elixir como reconstituyente de elección, que era consciente de ir por ahí oliendo como una valla nueva.