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Dos fuerzas opuestas habitan el poema: una de elevación o desarraigo, que arranca la palabra del lenguaje: la otra de gravedad, que la hace volver. El poema es una creación original y única, pero también es lectura y recitación: participación. El poeta lo crea; el pueblo, al recitarlo, lo recrea. Poeta y lector son dos momentos de una única realidad.