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Crecí en una familia que despreciaba las emociones fuertes, sobre todo la rabia. Llorábamos. Nos enfadábamos. Cuando se producían discusiones, eran connivencias a gran escala, y las considerábamos defectos familiares.
Crecí en una familia que despreciaba las emociones fuertes, sobre todo la rabia. Llorábamos. Nos enfadábamos. Cuando se producían discusiones, eran connivencias a gran escala, y las considerábamos defectos familiares.