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La mediocridad es la máscara más eficaz que puede ponerse un espíritu superior, porque a la gran mayoría, es decir, a los mediocres, no les sugiere ningún disfraz:--y, sin embargo, es precisamente por su bien que se la pone--para no excitarlos, y, en efecto, no pocas veces lo evita por piedad y benevolencia.