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Todo avance notable en la técnica o la organización tiene que pagarse, y en la mayoría de los casos el débito es más o menos equivalente al crédito. Excepto, por supuesto, cuando es más que equivalente, como ha sucedido con la educación universal, por ejemplo, o la tecnología inalámbrica, o estos malditos aviones. En cuyo caso, por supuesto, su progreso es un paso atrás y hacia abajo.