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Tenemos que ser despreciados por alguien a quien consideramos por encima de nosotros, o no seremos felices; tenemos que tener a alguien a quien adorar y envidiar, o no podremos estar contentos. En América manifestamos esto de todas las formas antiguas y habituales. En público nos burlamos de los títulos y privilegios hereditarios, pero en privado los anhelamos, y cuando tenemos la oportunidad los compramos por dinero y una hija.