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¿No te parece increíble que la inteligencia pueda viajar dos mil millas a lo largo de esas delgadas líneas de cobre, muy abajo en el casi insondable Atlántico, nunca antes penetrado... excepto cuando algún barco se ha hundido con su desventurada compañía en el eterno silencio y oscuridad del abismo? ¿Acaso no parece un milagro que los pensamientos de los hombres vivos ardan sobre los fríos y verdes huesos de hombres y mujeres cuyos corazones, antaño tan cálidos como los nuestros, estallaron cuando los golfos eternos se cerraron y rugieron sobre ellos hace siglos?