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Cuando, de niño, abría los ojos por primera vez un domingo por la mañana, culminaba un sentimiento de lúgubre anticipación, que comenzaba al menos el viernes. Sabía lo que tenía ante mí, y mi deseo, si no mi palabra, era: "¡Ojalá fuera de noche!". No era un día de descanso, sino un día de textos, de catecismos (los de Watts), de tratados sobre juramentadores convertidos, charlatanas piadosas y muertes edificantes de pecadores salvados..... Sólo había un punto rosado, a lo lejos, durante todo aquel día: ¡y era la "hora de acostarse", que nunca podía llegar demasiado pronto!