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Llevamos la adolescencia en el cuerpo toda la vida. Superamos vivos la edad del accidente de coche y nos paseamos por la veintena como tíos guays, astutos, elegantes, atractivos... lanzando a canasta, a la brisa, a la luna, y luego intentamos convertirnos en hombres cariñosos, buenos maridos, grandes padres, buenos ciudadanos.