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Encuentro muy razonable la creencia celta de que las almas de nuestros queridos difuntos están atrapadas en algún ser inferior, en un animal, en una planta, en un objeto inanimado, perdidas para nosotros hasta el día, que para algunos nunca llega, en que descubrimos que pasamos cerca del árbol, o llegamos a poseer el objeto que es su prisión. Entonces tiemblan, nos llaman, y en cuanto los hemos reconocido, se rompe el hechizo. Liberados por nosotros, han vencido a la muerte y vuelven a vivir con nosotros.