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Y, sin embargo, recuperamos constantemente una parte de esa espontaneidad primigenia a través de los más jóvenes, no sólo a través de su dolor y su ira, sino simplemente a través de los descubrimientos cotidianos, la vida desenvuelta. Ver a un niño tocar las teclas del piano por primera vez, contemplar cómo un pequeño cuerpo atraviesa la superficie del agua en una inmersión limpia, es experimentar el choque, no de lo nuevo, sino de lo familiar revisitado como si fuera extraño y maravilloso.