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... la pérdida de la creencia en estados futuros es políticamente, aunque ciertamente no espiritualmente, la distinción más significativa entre nuestro período actual y los siglos anteriores. Y esta pérdida es definitiva. Por muy religioso que vuelva a ser nuestro mundo, o por mucha fe auténtica que aún exista en él, o por muy arraigados que estén nuestros valores morales en nuestros sistemas religiosos, el miedo al infierno ya no figura entre los motivos que impedirían o estimularían las acciones de una mayoría.