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El pensamiento inmaduro de los adolescentes les dificulta procesar el divorcio. Tienden a ver las cosas en blanco y negro y les cuesta relativizar los acontecimientos. Son absolutos en sus juicios y esperan la perfección de sus padres. Es probable que se sientan cohibidos por los fracasos de sus padres y critiquen cada uno de sus movimientos. Tienen la expectativa de que los padres les mantendrán seguros y felices y se escandalizan ante la ruptura del pacto. Los adolescentes no perdonan.