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Freud, pensaba Jung, había sido un gran descubridor de hechos sobre la mente, pero demasiado inclinado a abandonar el sólido terreno de la "razón crítica y el sentido común". Freud, por su parte, criticó a Jung por ser crédulo respecto a los fenómenos ocultos y estar encaprichado con las religiones orientales; veía con escepticismo sardónico y sin paliativos la defensa que Jung hacía de los sentimientos religiosos como un elemento integral de la salud mental. Para Freud, la religión era una necesidad psicológica proyectada sobre la cultura, el sentimiento de impotencia del niño que sobrevivía en los adultos, para ser analizado en lugar de admirado.