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En todo el mundo se reconoce claramente que no debemos enseñar a leer a la gente y luego dejarla sin literatura. Porque entonces recaerían en un lúgubre y, en última instancia, peligroso estado de educación a medias, en el que se contentarían fácilmente con burdas aproximaciones semipictóricas de la tira cómica y con la abundante oferta de literatura degenerada que destruye, en lugar de fomentar, la capacidad de enfrentarse a los problemas del mundo con habilidad y valentía...