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En el final feliz de la Tempestad, Próspero reúne de nuevo a los bondadosos con su hijo, encuentra el verdadero amor de Miranda, castiga al duque malo, libera a Ariel y vuelve a ser duque. Todo el mundo -excepto Calibán- es feliz, y todo el mundo es perdonado, y todo el mundo está bien, y todos navegan por mares tranquilos. Finales felices. Así es en Shakespeare. Pero Shakespeare se equivocaba. A veces no hay un Próspero que haga que todo vuelva a ir bien. Y a veces la calidad de la misericordia es tensa.