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Por eso, cuando cantamos: "Acércame, acércame, Señor bendito", no pensamos en la cercanía del lugar, sino en la cercanía de la relación. Rezamos para aumentar el grado de conciencia, para tener una conciencia más perfecta de la Presencia divina. Nunca necesitamos gritar a través de los espacios a un Dios ausente. Él está más cerca que nuestra propia alma, más cerca que nuestros pensamientos más secretos.