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Los hombres nacen para escribir. El jardinero guarda cada resbalón, cada semilla y cada piedra de melocotón: su vocación es ser un sembrador de plantas. No menos se ocupa el escritor de sus asuntos. Todo lo que contempla o experimenta, viene a él como un modelo, y se sienta para su retrato. Considera una tontería que digan que algunas cosas son indescriptibles. Cree que todo lo que puede pensarse puede escribirse, en primer o en último lugar; y denunciaría al Espíritu Santo, o lo intentaría.