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A menudo nos llama la atención la fuerza y precisión de estilo a la que llegan los hombres trabajadores, sin práctica en la escritura, cuando se les pide que hagan el esfuerzo. Como si la llaneza, el vigor y la sinceridad, los ornamentos del estilo, se aprendieran mejor en la granja y en el taller que en las escuelas. Las frases escritas por manos tan rudas son nerviosas y duras, como correas endurecidas, los tendones del ciervo o las raíces del pino.