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Me han dicho que en algunos de mis discursos públicos mi reverencia por el intelecto me ha hecho injustamente frío a las relaciones personales. Pero ahora casi me encojo al recordar tales palabras despectivas. Porque las personas son el mundo del amor, y el filósofo más frío no puede contar la deuda de la joven alma que vaga aquí en la naturaleza con el poder del amor, sin sentirse tentado a no decir, como traición a la naturaleza, algo despectivo para los instintos sociales.