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Shakespeare nos lleva a una tensión tan elevada de actividad inteligente, como para sugerir una riqueza que mendiga la suya propia; y entonces sentimos que las espléndidas obras que ha creado, y que en otras horas ensalzamos como una especie de poesía autoexistente, no tienen más asidero en la naturaleza real que la sombra de un viajero que pasa sobre la roca. La inspiración que se expresó en Hamlet y Lear podría pronunciar cosas tan buenas de un día para otro, para siempre.