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Nunca me he hecho ilusiones sobre el valor de mi contribución individual. Me di cuenta muy pronto de que lo que hace un hombre o una mujer se construye sobre lo que han hecho los que le han precedido, que su valor real depende de que el asunto en cuestión sea un poco más claro, un poco más sólido para los que vengan después. Nadie empieza ni termina nada. Cada persona es un eslabón, débil o fuerte, de una cadena sin fin. Uno de nuestros errores más graves es convencernos de que nadie ha pasado por aquí antes.