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Un historiador perfecto debe poseer una imaginación suficientemente poderosa para hacer que su narración sea conmovedora y pintoresca; sin embargo, debe controlarla tan absolutamente como para contentarse con los materiales que encuentra y abstenerse de suplir las deficiencias con adiciones propias. Debe ser un razonador profundo e ingenioso; sin embargo, debe poseer suficiente autocontrol para abstenerse de moldear sus hechos en el molde de su hipótesis.