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  • A menudo deseo el fin del miserable resto de mi vida; y ese deseo es racional; pero entonces el principio innato de autoconservación, sabiamente implantado en nuestras naturalezas, con propósitos obvios, se opone a ese deseo, y nos hace esforzarnos por hilar nuestro hilo tanto como podamos, por muy podrido y descompuesto que esté.