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Alabamos a un caballo por su fuerza y seguridad, y no por sus ricos caparazones; a un galgo por su parte de talones, y no por su fino collar; a un halcón por su ala, y no por sus jesses y cascabeles. ¿Por qué, de la misma manera, no valoramos a un hombre por lo que le pertenece? Tiene un gran tren, un hermoso palacio, tanto crédito, tantos miles de libras al año, y todo esto está a su alrededor, pero no en él.