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Después de ver el discurso sobre el Estado de la Unión la otra noche [1994], recuerdo el viejo adagio de que la imitación es la forma más sincera de adulación. Sólo que en este caso no se trata de adulación, sino de hurto: el robo intelectual de ideas que usted y yo reconocemos como propias. Los discursos cuentan poco en el escenario mundial a menos que se tengan convicciones y, sí, la visión de ver más allá de los asientos de primera fila.