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En los últimos cincuenta años, más o menos, los científicos han permitido que las convenciones de expresión de que disponen se vuelvan totalmente demasiado confinadas, demasiado limitadas. La insistencia en la impersonalidad anodina y la indiferencia generalizada hacia cualquier cosa parecida a la exhibición de un autor humano único en la exposición científica, han transformado la lectura de la mayoría de los artículos científicos en un acto de tediosa monotonía.