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Haber amado y perdido, ya sea por ese desencanto total que deja a la compasión como único sustituto de un amor que ya no puede existir, o por el lento tormento que se ve obligado a dejar ir día a día todo lo que constituye la parte más divina del amor -a saber, la reverencia, la creencia y la confianza, y sin embargo se aferra desesperadamente a lo único que le queda, una sufrida ternura apologética-, esta suerte es probablemente la más dura que cualquier mujer pueda tener que soportar.