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A veces, entre nuestros intelectuales más sofisticados y autoproclamados -y digo autoproclamados intencionadamente; no estoy seguro de que el verdadero intelectual piense así-, algunos se preocupan más por la apariencia que por los logros. Les preocupa más el estilo que la argamasa, el ladrillo y el hormigón. Les preocupan más las trivialidades y lo superficial que las cosas que realmente han construido América.