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La Chica de la Época, paseándose ante uno por Broadway, es un panorama de horribles sorpresas de pies a cabeza. Su ropa la caracteriza. Ella nunca caracteriza su ropa. Está tapizada, no adornada. Está envuelta, no tapizada. Está fruncida, no doblada. Se pavonea, no barre. No tiene ninguno de los atributos de la naturaleza ni del arte. Ni calma la vista como una flor, ni la complace como un cuadro. Lo cansa como un caleidoscopio. Es un deslumbramiento sin sentido de efectos rotos.