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Cristo ya está en ese lugar de paz, que es todo en todos. Está a la derecha de Dios. Está oculto en el resplandor del resplandor que emana del trono eterno. Está en el abismo mismo de la paz, donde no hay voz de tumulto ni de angustia, sino una profunda quietud: la quietud, el mayor y más terrible de todos los bienes que podamos imaginar; la más perfecta de las alegrías, la absoluta, profunda e inefable tranquilidad de la Esencia Divina. Él ha entrado en Su reposo. Ese es nuestro hogar; aquí estamos peregrinando, y Cristo nos llama a sus muchas mansiones que ha preparado.