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La riqueza científica tiende a acumularse según la ley del interés compuesto. Cada nuevo conocimiento de las propiedades de la materia proporciona al científico físico nuevos medios instrumentales para descubrir e interpretar los fenómenos de la naturaleza, que a su vez proporcionan los fundamentos de nuevas generalizaciones, aportando ganancias de valor permanente al gran almacén de la filosofía natural.