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  • Recuerdo que no paraba quieta; no dejaba de quedarme perpleja ante todo lo que espontáneamente me atraía o llamaba mi atención. Nunca dejaría de mirar a mi alrededor y observarme en relación con la naturaleza: o cielos cristalinos y tardes que derretían el sol, o días neblinosos de invierno y noches de tintes extraños. Nunca dejaría de soñar y de permanecer junto a la ventana, dispuesta a dejar que la diversidad de la vida pasara libremente por mi piel; lo bastante valiente como para creer que tenía alguna posibilidad de devorar cada matiz de sensación. O tal vez, inmensamente tonta para, sencillamente, no creer en nada.