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En cualquier inocente mesa de té podemos oír fácilmente a un hombre decir: "No merece la pena vivir". Lo consideramos como consideramos la afirmación de que hace un buen día; nadie piensa que pueda tener
algún efecto serio en el hombre o en el mundo. Y, sin embargo, si realmente se creyera esa afirmación, el mundo se vendría abajo.