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Todos los que dicen las mismas cosas no las poseen de la misma manera; y de ahí que el incomparable autor del Arte de conversar se detenga con tanto cuidado en hacer comprender que no debemos juzgar de la capacidad de un hombre por la excelencia de un comentario feliz que le hayamos oído hacer. Penetremos, dice, en la mente de la que procede. Lo más frecuente es que se le haga renegar de ella en el acto, y que se aleje mucho de este mejor pensamiento en el que no cree, para sumergirse en otro, bastante bajo y ridículo.