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El agricultor, después de sacrificar a su trabajo el placer, el gusto, la libertad, el pensamiento, el amor, resulta a menudo arruinado, como el comerciante. Todo este trabajo, desde el canto del gallo hasta la luz de las estrellas, durante todos estos años, para acabar en hipotecas y en la bandera del subastador, y yendo de mal en peor. Ya es hora de que se analice el asunto y, con una crítica cernida, se determine quién es el tonto.