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La poesía buena, suprema, divina, está por encima de las reglas y de la razón. Quien discierne su belleza con mirada firme y sedada no la ve, como tampoco ve el esplendor de un relámpago. No persuade nuestro juicio, lo extasía y sobrecoge.
La poesía buena, suprema, divina, está por encima de las reglas y de la razón. Quien discierne su belleza con mirada firme y sedada no la ve, como tampoco ve el esplendor de un relámpago. No persuade nuestro juicio, lo extasía y sobrecoge.