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La preocupación por el destino de los grandes ríos de la tierra debe llevarnos a reflexionar sobriamente sobre el modelo de desarrollo que persigue nuestra sociedad. Una concepción puramente económica y tecnológica del progreso, en la medida en que no reconozca sus limitaciones intrínsecas y no tenga en cuenta el bien integral de la humanidad, provocará inevitablemente consecuencias negativas para las personas, los pueblos y la propia creación.